sábado, 29 de mayo de 2010

Salvavidas




No recuerdo exactamente cuando la conocí, ni donde. Creo que fue una noche de lluvia. Una de esas noches para el olvido, donde todo se ve feo y gris. El primer recuerdo que tengo de ella es su pelo mojado oliendo a cigarrillo y sus largas piernas templando del frio. La vi tan sola, tan triste, tan tantas cosas que no pude resistirme a abrazarla, a besarla y, un rato después, a amarla.


Y estaba otra vez aqui, volviendo a ser lo que trataba de ser. Tocó el timbre, me asomé por la ventana y la ví en el medio de la calle agitando sus brazos como un ahogado esperando que le tiren un salvavidas.


No teniamos nada en común más allá de la soledad. No era lo que mi madre dice una buena niña. Estaba sola en el mundo y buscaba compañía en lo primero que encontrara, en cualquier cosa que le prometiera un poco de vida, un suspiro de amor. Pero esa noche se topo conmigo. Y yo no tenía sólo un suspiro, podía resusitarla, darle la respiración que necesitaba para vivir. Si, me estiraba los brazos como un ahogado esperando que la salven.


Un ahogado que ya no aguanta más el incesante pataleo, comienza a caer y se pierde en la negrura del mar. De esa misma forma, unas cuantas olas la arrastraron y no la volví a ver. Hasta este timbre y sus brazos otra vez en la superficie llamandome. Baje rápido por las escaleras y abrí la puerta de calle. Ahí estaba, al lado del auto con sus piernas flacas, su pelo mojado y el rimel corrido.


-Sacame de este mundo, llevame con vos- me dijo mirándome seria, sabiendo que este tipo de cosas se dicen sólo un vez en la vida. No le conteste, sobraban las palabras. Había algo en esa tierna ahogada que me decía que debía ser su salvavidas. La tome de la mano y entramos al auto. Ahí fue cuando me convencí de que quién se ahogaba era yo y ella había llegado para salvarme.

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